Bajo el agua, por un momento,
cambio el orden de las cosas.
Bajo el agua no hay dolores, no hay
futuro, ni padres, ni madres.
Abajo del agua no hay reproches,
no hay hambre, no hay sed, ni malos
entendidos. Abajo del agua otro es el
dominio. No hay familia, ni teléfonos.
Sólo se sueña con peces de colores.
Hasta las vejigas son natatorias.
En el agua no hay colesterol bueno
o malo. En el agua no hay gula, ni
anorexias. No hay histeria.
Bajo el agua hay igualdad.
Cada cual es dueño de su espacio.
No hay multitudes. Sólo manifestaciones
de cardúmenes.
No hay insultos, ni golpes.
Ni dulce, ni amargo. Un mismo peso.
Bajo el agua no hay edades.
El papel cotiza diferente.
El tiempo cotiza diferente.
La gordura no pesa. El débil no lo
es tanto.
Nadan los martillos y los pilotos.
Los espadas y los cofres. Hasta los voladores
nadan.
Los lentos se hacen rápidos y los
rápidos nos tranquilizamos porque da lo
mismo.
No hay arrugas. Y no hay paredes
ni biombos divisorios. Somos todos vecinos.
Y no hay autos.
Ni correo electrónico.
Tampoco hay camas.
Pero hay mucho sexo, húmedo,
blando, exuberante. Despreocupado. Más
libre y generoso.
Debajo del agua son otras las
creencias.
Branquias educadas que sólo
respiran libertad.
El agua me penetró generosa por
los poros taponados de carroña y egoísmo.
Sentí un dulce sonido de tormenta que
cuchicheaba por el fondo del mar. Los
labios se humectaron, la epidermis se relajó
todo lo que pudo, el corazón latió, las
mandíbulas dejaron de ser cemento, la
lengua se agrandó y por un único instante
fui feliz.
(Olga Victoria Olga)
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