Con el tiempo he
ido entendido que nadie es tan bueno ni nadie es tan malo; que uno en realidad se
enamora de las virtudes y de las imperfecciones que uno quiere ver tan
perfectas. Que por lo menos yo, estoy llena de matices.
Ni soy estable,
ni soy tan vulnerable, simplemente sigo fascinándome de todo, a la vez que intento
que el mundo no me duela tanto, tras un sistemático fallo de no poder manejar las hormonas, ignorar a
la prensa ni a el panorama con su contrastante tercermundista dinamismo.
Y aunque lloro
un montón, sigo guardando el control ante esas situaciones que te pegan en el
corazón un noche de cualquier hora ordinaria. Mi primer muerte cercana me ha recalcado
que el verdadero dolor no lo llevo nunca en lo público, ni mucho menos en lo alto.
Acepto que mi peor
enemigo es ese sentimiento reiterativo de discontinuidad que me ha llevado a un
desgaste mental y permanente de
siempre querer amar con lo que el
otro creo espera de mí. Hay un
miedo crónico que me empuja a cuidar el detalle y el mimo de lo que he
aprendido nunca se debe de dar por sentado.
Obsesiva
continuo pisando hojas que se encuentran en las calles, en los parques y en las
aceras de esta ciudad mutante. Hace poco verbalicé que tengo una metodología y
haberla confesado sin ser juzgada me ha hecho sentir tan aceptada como querida.
Puedo decir que tengo
ambiciones; pero que dudo de mi vocaciones. Que amo el hacer, las aventuras, conocer gente nueva,
pero también que amo la ociosidad y el sueño que se desactiva con una sutil luz
del día que pega en el cuerpo, cuerpo que hace 4 meses alimento sin azúcar,
adelgaza sin pedírselo y al cual aún no me atrevo a darle medicamentos si en
Internet descubro que en algún país están prohibidos.
Trabajo, mis
oficinas son increíbles, dignas de una película que cuando yo tenía 15 años pensaba
protagonizaba alguien que según yo era lo suficientemente grande para tener 27.
Con los días he
entendido que por algo escoge ciertos caminos la vida, que se puede perder todo
pero nunca la lección, que tu pareja es tu mayor espejo y que lo bello está en
lo cotidiano a la vez que lo cotidiano sin los detalles puede resultar en algo sumamente traicionero.
Odio que no me
conozcan y me juzguen, a lo mejor por ello guardo con tanto aprecio a quien llegándome
a conocer me ama tanto. Soy una eterna agradecida y esa creo es mi mayor
virtud.
Despierto todos
los días buscando el rumbo y todas la noches dando las gracias. Tengo el cabello cada
vez mejor cuidado e intento que en mi exterior se vea el sutil cariño con el
que voy aprendiendo a bordar lo interno.
No me puedo
denominar esposa, emprendedora, restaurantera, mamá, psicóloga, periodista, maestra,
cantante y/o actriz, pero me siento orgullosa de querer ser todo y nada. De
mutar, buscar y aprender a disfrutar sabores nuevos.
Entiendo que
para algunos puedo llegar a ser muy trasparente y para otros simplemente
incomprensible, pero también sé que desde la simpleza vemos a los otros, a esos
otros llenos de virtudes y de defectos, que comprueban que nadie es terrible,
ni nadie es perfecto.
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