El destino en aquel puerto me obsequió una copa de vino local y entumido el cuerpo me topó de cara sutílmente.
Ineludible y sin violencia acostubra llevarse mis ilusiones mal labradas con dos que ocho lagrimas de frente, que ocasionalmente merezco, cuando me aferro a ideas inexistentes o a personas que creo son destinos también.
Como cuando A me hizo soñar o B me robó la ingenuidad que en intervalos di a los supuestos C, D y E ya sin remordimiento.
Señales que a veces me gritan desde lo alto del edificio cuando no vuelvo la mirada, que me pinchan los pies por la noche cuando estoy en la habitación equivocada y suplican esté alerta mientras desde la cama las veo.
Y favor que me hace al final del día a mí que me cuesta saber donde está el fin de toda historia ese enemigo del capricho, cuando sin previo aviso me resiste, me seduce, me alecciona y me pone en el lugar preciso.
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