Lo más
lejos que he viajado en mi vida, o por lo menos en perspectiva, porque desde
México las horas son las mismas que a Europa, pero en el alma se siente a años luz
de distancia. Es un país increíble, lleno de orden y civilidad, básicamente al
día 5 aún no sabía lo que le ofendía a los locales, que cabe decir es bastante,
comprobado por mi método denominado prueba y error.
Nada mas
llegar, me recibió con un tifón, cosa usual en una isla donde pasa de todo y se
soluciona como si nada. Pasé 4 horas en un metro recién aterrizada, maleta en
mano e ilusión por ver mundo a tope. Así de golpe comenzó la aventura y la
conciencia de lo que sería ser analfabeta en este planeta. Pues ahí, encerrada
en un tren, alarmada por no entender los avisos de emergencia, ni mucho menos
la nulísima expresión de la gente con la que compartía el inconveniente, empezó
todo. Lo sé, seguro que en ese momento, me veía tan exagerada ante el hecho,
cual Sofía Vergara en Modern Family.
Me llamó
mucho la atención que la gente no te mira a los ojos, a cabo de leer que es de
mala educación, pues he decir que seguro ofendí a más de uno en ese tren donde
no tenía mucho más a donde voltear. La verdad es que a los mexicanos eso de
mirar al otro se nos da mucho, pero ahí nada, ahí el autoestima alta chica que
nadie te gritará –sabrosa- ni te volteará a ver... tú sabes, vives en México.
En los
restaurants, bares, hoteles, calles, baños, you name it, se hace el típico
saludo japonés, la verdad terminas un tanto agotado de agachar el cuello ya que
estoy segura lo hice incluso en las ocasiones que no era necesario, pero mejor
ser educada de más. Yo pues casual, leve inclinación como diciendo, mira soy
occidental, give me a break, lo estoy intentando, pero eso sí mi acompañante
cual samurai en pelea sagrada, lo que causo la risa sutil de más de uno. Soy
muy lindos y educados de verdad que sí. Hay tanto que aprenderles.
Y pues no,
no vi comida viva, ni expendios de lencería usada, pero el país de por si es
una experiencia en todos los sentidos, creo que la falta de comunicación es lo
más duro, incluso mi viajadísimo compañero se sentía agobiado, ni la
experiencia de 5 continentes por lo visto, te preparan para ni siquiera poder
pedir una cerveza en forma, básicamente comíamos apuntando con el dedo y
rogando a Dios, nos gustara el platillo.
La comida
es otra historia, desde Tokio a Hiroshima siempre los alimentos me gustaron y
aunque uno diga que va ser extremo probándolo todo, la verdad es que si acudí
algunas veces a una que otra comida -occidental-, que ya tiene su bizarres en
si misma, en ningún lado te salvas ya les digo. De la gastronomía, lo que más
me impresiono fue el pescado, del cual no soy fan, es increíble pero no sabe a
mar, ya saben ese saborcito diría mi madrina a chuquio, no existe, es como mantequilla
que se derrite en la boca y se mezcla con el arroz de manera impresionante, como todo lo que los 5 sentidos reciben en lo que llamo el país elegante de Asía.