El deseo a veces me grita, me marca, me agrega y me toca el brazo cuando busca mi atención y sufre por no ser correspondido mientras con desdén lo veo y pienso, ¿por qué me quejé de lo que no era un problema, solté aquellas frases y lastimé a más de un corazón?
El deseo me pregunta si quiero que esté conmigo para que no me sienta sola y prefiero dormir para horas después marcarle cuando amenaza con abandonarme.
Un día me soltó un “a ti sí te pongo casa” y no me la puso y ni falta que me hacía y miedo que me daba que de ahí lo único mío fueran las plantas y me corriera cuando de la cama brincara por la ventana.
Y el deseo a veces tiene caras que no sonríen ni buscan la mirada y pasan de mi lado dejando una posible fantástica historia connata de estela de rico aroma que revive horas después en mis pensamientos.
Y el deseo una tarde me regaló un cedé de música funky que tiempo después escuché con otros deseos que me mintieron, aburrieron, engranaron, ilusionaron, dijeron que no era nada formal, que soy especial, que me siguen esperando, que les importo y que no les importo muchas veces más sin palabras.
El deseo ha matado amistades, no se diga relaciones y me hace cometer errores porque se disfraza de muchas maneras, se dice de muchas formas y se embeleza con tantas promesas.
Y desde hace tiempo me vigila a lo lejos y yo hago como que no lo veo sin dejar de voltear a ese traicionero que le escribo sin recursos ni comas pensando que un día lo va a dejar de ser a secas.