jueves, 27 de noviembre de 2008

Donde todos somos muy parecidos

Bajo el agua, por un momento,

cambio el orden de las cosas.

Bajo el agua no hay dolores, no hay

futuro, ni padres, ni madres.

Abajo del agua no hay reproches,

no hay hambre, no hay sed, ni malos

entendidos. Abajo del agua otro es el

dominio. No hay familia, ni teléfonos.

Sólo se sueña con peces de colores.

Hasta las vejigas son natatorias.

En el agua no hay colesterol bueno

o malo. En el agua no hay gula, ni

anorexias. No hay histeria.

Bajo el agua hay igualdad.

Cada cual es dueño de su espacio.

No hay multitudes. Sólo manifestaciones

de cardúmenes.

No hay insultos, ni golpes.

Ni dulce, ni amargo. Un mismo peso.

Bajo el agua no hay edades.

El papel cotiza diferente.

El tiempo cotiza diferente.

La gordura no pesa. El débil no lo

es tanto.

Nadan los martillos y los pilotos.

Los espadas y los cofres. Hasta los voladores

nadan.

Los lentos se hacen rápidos y los

rápidos nos tranquilizamos porque da lo

mismo.

No hay arrugas. Y no hay paredes

ni biombos divisorios. Somos todos vecinos.

Y no hay autos.

Ni correo electrónico.

Tampoco hay camas.

Pero hay mucho sexo, húmedo,

blando, exuberante. Despreocupado. Más

libre y generoso.

Debajo del agua son otras las

creencias.

Branquias educadas que sólo

respiran libertad.

El agua me penetró generosa por

los poros taponados de carroña y egoísmo.

Sentí un dulce sonido de tormenta que

cuchicheaba por el fondo del mar. Los

labios se humectaron, la epidermis se relajó

todo lo que pudo, el corazón latió, las

mandíbulas dejaron de ser cemento, la

lengua se agrandó y por un único instante

fui feliz.

 

(Olga Victoria Olga)

 


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